6 de noviembre de 2015

Un cuento neoyorquino – Segunda Parte

Un cuento neoyorquino – Segunda Parte

Llegó el día de la inauguración de la IX Feria Hispana del Libro y aunque comenzaba en la noche, iba a tener lugar en Queens, un distrito neoyorquino que hasta ese momento permanecía como un sitio misterioso para mí. Decidí entonces no aventurar muy lejos, no fuera que la ráfaga neoyorquina me atrapara y no me diera cuenta de la hora o, peor aún, me perdiera por ahí y se me hiciera tarde.
Así es que luego, de mi café bien cargado y de un reconfortante sánduche caliente de queso – mi desayuno estrella durante mi estancia en la ciudad - salí a explorar los alrededores. Localizada en Washington Heights, el área consiste en un barrio universitario dentro de un barrio dominicano - o a lo mejor es viceversa – habría que investigar cual se estableció primero.

Fue de lo más interesante pasar frente al Hospital Presbiteriano viendo a toda clase de atractivos jóvenes con sus inmaculados mandiles, conversando o tomando un café. Sentí que había aterrizado en el medio de un episodio de ‘Grey’s Anatomy’ y que en cualquier rato saldría McDreamy, con su perfecta sonrisa, por las cristalinas puertas corredizas.
El hospital está rodeado de edificios de oficinas donde jóvenes científicos, estudiantes de doctorado en la Universidad de Columbia, trabajan como hormiguitas en sus cubículos investigando sobre temas tan complejos que les confieso apenas puedo recordar o pronunciar. Claudia sabe muy bien de lo que hablo. Siempre que la he visitado, una de las preguntas de rigor ha sido: ¿En qué me habías dicho que era tu doctorado amiga?  
Luego de abandonar este ambiente médico y académico - con tan solo cruzar una calle - me vi trasplantada desde un área totalmente Ivy League a una un tanto más criolla. Me encontré así con varias cuadras pobladas de restaurantes y tiendas – dotados de la alegre tonalidad dominicana - que ofrecían de todo un poco, desde planes módicos para servicios telefónicos hasta ropa con descuentos bárbaros. Apenas era medio día y ya había un tumulto de gente comprando y negociando por todos lados.
Claudia me había contado que en aquella zona podía conseguir una manicure por tan solo ocho dólares. Aquel precio me sonaba fantástico, totalmente reminiscente de lo que solía pagar en mi tierra. Cuando vivía en Guayaquil, podía darme el lujo de hacerme una manicure todas las semanas. Donde vivo ahora, solo lo puedo hacer de vez en cuando. Por eso, me pareció lo máximo estar sentada en pleno Manhattan y mimarme un poco sin acabar con el bolsillo en el proceso.
Una vez que mis manos estaban listas para lucirse, caminé un poco más mientras me imaginaba lo que sería vivir en un sitio así de movido. Mis sentidos se impregnaban de los olores a fritura, las coloridas calles y el abrumadoramente acelerado español de los dominicanos. Disfruté muchísimo de aquella explosión sensorial ya que, en el lugar donde vivo, el paisaje y sus habitantes conviven en absoluta parsimonia.  Está bien de vez en cuando meterse en el medio del revulú y gozar un rato.
Luego de mi experiencia neoyorquina-dominicana, regresé al apartamento a relajarme un poco y alistarme para la reunión con calma. Desde la ventana del cuarto de Claudia, podía contemplar el imponente río Hudson mientras me ponía al día con mis emails y practicaba un poco para mi lectura y presentación del día siguiente.
Estaba tan a gusto que se me fue el tiempo volando y se me hizo tarde. Para colmo, un par de minutos antes de salir, comenzó a caer una fuerte lluvia. ¿Se han dado cuenta a veces que justo cuando estamos de lo más apurados el universo decide jugarnos una broma?  Eso fue lo que sucedió ya que, al caprichoso clima, se le ocurrió en ese momento específico entretenerse con una tormenta que arruinó mis planes de una caminata tranquila y ligera hasta la estación del metro.
Por segunda vez en aquel viaje, tuve un momento Carrie cuando el paraguas que llevaba, se dobló completamente hacia arriba mojándome en el proceso. Ya mi amiga me había advertido que los paraguas no duran mucho en Nueva York. Pegué un chillido por supuesto y comencé a correr para evitar empaparme.
El siguiente reto: navegar correctamente por el metro hasta mi destino en Queens.  Para una persona como yo, despistada y con un sentido de orientación totalmente nulo, esa era una misión sumamente aterradora. ¡No exagero!
Los trenes estaban retrasados por la tormenta y de los parlantes salían voces - que apenas y si articulaban las palabras - explicando los desvíos, las líneas alternativas, y yo por supuesto, absolutamente a la deriva. Pero como dicen por ahí, preguntando se llega a Roma. Bueno, no sé si a Roma, pero definitivamente me sirvió para arribar a Queens.
Lo único que uno debe considerar, es que buena parte de las personas que están a tu alrededor en las estaciones o trenes, son también turistas, así es que puede ser que no tengan idea de cómo ayudarte. Hay que prestar atención para determinar quien tiene cara de auténtico newyorker.
¡Les doy una pista! Si ven a una señora mayor sola en el tren, lo más probable es que sea una ‘nativa’ de la ciudad. Por lo menos a mí me ha dado buen resultado. Así fue como acabé conversando con una señora de lo más agradable quien me explicó todo el recorrido que debía seguir hasta Queens y me repitió varias veces los números y colores de las líneas del tren. Definitivamente le di pena. Además, aprendí con ella algo muy útil. El círculo denota a los trenes con paradas locales y el diamante, a los que son express. ¡No lo olviden!     
   
¿Qué creen? A pesar del retraso en la salida, de la tormenta y de mi total desorientación, logré llegar a mi destino en Queens. Bajé por los escalones de la estación feliz, casi que saltando. Si me conocieran, sabrían por qué  algo tan simple como eso, significó una verdadera hazaña para mí. Dedico entonces la segunda parte de mi cuento neoyorquino a la señora del tren que ayudó a uno de los seres más despistados de este mundo a llegar sana y salva a la agitada Queens.
Los invito a seguirme acompañando en este relato neoyorquino. ¡Estén pendientes de la última parte de mi cuento viajero!

Créditos de las fotos:
1. George Washington Bridge. Google Maps. https://ssl.panoramio.com/photo/61783112
3. Subway Entrance in New York City. LeMoine, Eric. subway_entrance.jpg. September 13th, 2002. Pics4Learning. 30 Oct 2015

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